Ojos en mi dedo
Al estudiar esta magnífica pintura de Michelangelo Merísi da Caravaggio, (pintor Milanes 1571-1610) sorprende como Jesús toma la mano del incrédulo Tomás y hace que el discípulo introduzca su dedo en la herida causada por la lanza del soldado romano en la cruz.
Y es que ¿a quién no le daría miedo o repulsión semejante hecho? Pero más allá de esto, Tomás no se suellta de Jesús. O no se ve que lo intente. Aún, se podría pensar que se ve obligado a hacerlo según Caravaggio. ¿Y que de los otros dos discípulos detrás de Tomás? Estos no pierden detalle y se percibe en ellos tanta o más incredulidad. Impresiona el realismo de esta obra con su fuerte carga emocional.
El evangelio de Juan nos narra este suceso: ...y poniéndose en medio de ellos, los saludó._¡La paz sea con ustedes!_ Luego le dijo a Tomás: _ Pon tu dedo aquí y mira mis manos. Acerca tu mano y metela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino hombre de fe. _ ¡Señor mío y Dios mío! _exclamó Tomás.
_ Porque me has visto, has creído _ le dijo Jesús _; dichosos los que no han visto y sin embargo creen.
Me costo dejar de ser como Tomás. Muchas veces fuí ante el SEÑOR, como obligado y oraba o entonaba cantos con mi corazón ardiendo en dudas, preguntandome si él haría por mi esto o aquello olvidando tan rápido aquella frase o promesa dada tan solo unos días u horas atrás.
Pasado el tiempo, y con amor sincero por Jesús, solo quiero acercarme a él viendo o no sus respuestas, viendo o no sus milagros, viendo o no sus señales.
No quiero poner "ojos en mi dedo" para creele y querer "tocarlo" para salir de la incredulidad.
Solo quiero cantarle alegre porque amandome su sangre derramo y esto me basta por toda la eternidad.